Uno de los nombres clave en la fusión del flamenco y el soul en la España de los años 70 fue el productor José Luis de Carlos, el hombre que lanzó a Las Grecas, Los Chorbos y El Zíngaro, el visionario que apadrinó a uno de los vocalistas más salvajes y libres del flamenco y el pop nacional, el extraordinario Luis Barrull, conocido artísticamente como El Luis, un hombre tímido y taciturno capaz de desplegar un irresistible magnetismo en los escenarios y en sus contadas grabaciones.
Nacido en Galicia y afincado en Argentina, donde se dedicaba a la venta ambulante, El Luis era muy popular entre los solistas flamencos que visitaban aquel país. Paco de Lucía, Lola Flores y otros muchos reclamaban su presencia en las fiestas y tablaos que organizaban e incluso interpretaban canciones suyas en privado. En uno de esos saraos, El Luis conoció a Las Grecas, Carmela y Edelia Muñoz Barrull –no, no eran familia, pese al apellido–, y les cedió una de sus composiciones (“Laula Ulah”). Animado por el éxito y la fama de sus amigas, y aprovechando la amistad de éstas con De Carlos, decidió probar suerte y cruzar el charco. Las cosas se precipitaron al llegar El Luis a Barajas: allí le recogió un coche que lo trasladó directamente a los estudios de CBS, donde grabó en una sola toma, voz y guitarra, los temas del que sería su primer álbum (El Luis, 1977). José Luis de Carlos recuerda “la impresionante precisión rítmica del cantante”, que evitó tener que repetir alguna toma una vez incorporadas las pistas del resto de los músicos: “algo que sólo he visto después en Manzanita”. Entre aquellos músicos, por cierto, se contaron gigantes como Pepe Nieto (“el mejor de España”, en palabras de De Carlos), Eduardo Gracia y Tito Duarte.
Gracias al tirón comercial del tema “Yo te lo digo cantando”, y al propio empuje del género, El Luis publicó aún dos LPs más en CBS: Solo (1978, un disco de transición) y Gitano soul (1981). Cuando apareció este último, El Luis ya se encontraba en prisión, donde pasó varios años condenado por tráfico de drogas. Al salir de la cárcel, su momento ya había pasado y lo poco que se sabe de él desde entonces es que llegó a publicar una casete de flamenco para consumo de bares de carretera y que fijó su residencia en México, donde sueña con repetir la gloria efímera y semisubterránea de su época dorada.
Hace unos años, Sony reeditó en formato digital los tres álbumes históricos de El Luis, que, ¡cosas de la industria!, acabaron por ser descatalogados (pero, no temas, reaparecieron en uno de esos fantásticos volúmenes que factura Rama Lama). Espléndida ocasión para revisar las canciones descarnadas de El Luis y, sobre todo, para disfrutar del pasmoso desparpajo que anima los diez cortes del extraordinario Gitano soul, un álbum producido por José Luis de Carlos con arreglos del imprescindible Dave Thomas (un personaje del que habrá que hablar más en profundidad en otro momento), grabado entre Madrid y Nueva York, con los mejores músicos de sesión negros de la Gran Manzana. Aún hoy, cuando uno escucha piezas incendiarias como “Oh, libertad”, “Quiero libertad” o “No me abandones, Señor”, tiene que frotarse los oídos para no imaginar al mismísimo Wilson Pickett detrás de aquella garganta prodigiosa, un genuino soulman de sangre gitana, profundo, atormentado, desgarrador, secundado por una sección de viento espeluznante y unos coros gospel de la mejor escuela.
La breve historia del soul español tiene una deuda pendiente con El Luis y su Gitano soul, uno de esos discos canónicos que, estoy seguro, el tiempo situará en el lugar de honor que se merece.
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